Me contó Torcuato sobre un extraño viaje que hizo hace ya mucho tiempo. Me dijo que en su mocedad, cuando hacía sus primeros pinitos como conquistador colonialista, llegó a un país muy raro donde la gente era incapaz de reir. Era un sitio gris, triste y melacólico. La gente tenía la cara tan larga que al parecer, algunos, incluso la arrastraban por el suelo. Allí encontraron una ciudad en cuyo centro había una enorme fábrica a donde todo el mundo se dirigía. Por una puerta entraban y por la otra salían poco después con una lata en la mano. Y solo cuando abrían esa lata, parecía verse un atisbo de alegría en sus demacrados rostros.
No pudieron estudiar a fondo esa sociedad, porque la expedición colonialista solo estaba de paso por la zona. Torcuato me aseguró que dedicó no pocos años a intentar volver a ese sitio, pero que nunca fue capaz de volver a hallarlo. Lo único que pudo hacer, fue escribir los pocos recuerdos que conservaba y hacer un confuso esbozo de una historia recurrente que escuchó a su paso por el País de los Tristes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario