Haciendo el otro día la colada, Torcuato se puso a hablar de su esposa. Elisabeth era una joven soprano de reconocido nombre en el siglo XIX. Cantaba en los más famosos teatros de Inglaterra y levantaba pasiones allá por donde fuera. “¡Qué voz tenía mi señora! ¡Con qué potencia la proyectaba! No hubo vez que no se me pusiera la carne de gallina al escucharla cantar. Y qué buena era conmigo...”.
Pero Torcuato, a pesar de su profundo amor, tenía celos de su dulce Elisabeth. Detestaba las atenciones que recibía por parte de todo el mundo. Una noche, en una cena con numerosos invitados, Torcuato exigió silencio y en un vergonzoso ataque de pavonería, se puso a cantar intentando demostrar que él no iba a ser menos que su esposa. Las carcajadas que se levantaron aquella noche apuñalaron sin piedad el orgullo del joven colonialista. “Y qué buena era conmigo...”. Ella le consoló y con su susurro, le grabó a fuego estas palabras en el corazón: “No es que no sepas cantar, es que eres un cantor desafinado”. Aquella noche hicieron el amor y no hubo pasión semejante en el mundo a la que hubo aquella madrugada en la mansión de Canterbury.
Al día siguiente, Torcuato despertó 150 años después en el futuro.
Gracias a Olivia LH y a la Zu por aportar sus sopranas voces.
Héctor Pintado
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